Por Osmar Olivares
Se estrenó la nueva película del director Wes Anderson, “Isla de perros”, luego de su última obra “El Gran Hotel Budapest” desde el 2014, Anderson vuelve con una segunda animación en stop motion con todo aquello que caracteriza al cineasta, desde sus ya conocidos encuadres simétricos, hasta el humor absurdo, pero a la vez inteligente.
La historia representada el momento en que toda la población canina de la ciudad ficticia de Megasaki en Japón es exiliada a una isla desierta que sirve como basurero y queda prohibida a los humanos, es cuando un chico llamado Atari ingresa a la isla para buscar a su perro y mejor amigo Spots, y se une a una pequeña jauría de cinco perros liderada por Chief (Bryan Cranston) y así hallar a su mejor amigo.
Como lo hemos visto anteriormente con su primera película animada, “El Fantástico Sr. Zorro” el empleo técnico de la cinta rebosa en cada fotograma dando una vibrante vida al entorno y personajes. La paleta de colores toma el protagonismo al que Anderson nos tiene acostumbrado, utilizando brillantes tonalidades pastel en escenarios como la ciudad de Megasaki y contrastando con monocromos más sutiles y opacos, pero igualmente pulcros en la isla de los perros.
Cada expresión y movimiento de los personajes denota el cuidado artístico del director, además de hacer énfasis a esas maniobras físicas que Anderson imprime en los personajes de sus películas, esos movimientos en apariencia rápidos y graciosos, que cualquier seguidor de la obra del director reconocería a simple vista. Sin duda parece que la técnica de stop motion embona a la perfección con este cineasta.
La obra tiene detrás posibles tintes políticos que sutilmente se disuelven ante la divertida acción y lo visual de la película. Se ha hablado de que quizás Anderson hace a un lado de momentos lo que realmente es la cultura japonesa y pasa la obra por un proceso de “blanqueamiento”, donde no existe una identificación entre la representación de Anderson y los japoneses y donde tan sólo dos personajes hablan japonés y el resto trata de adivinar lo que quisieron decir como si se tratase de un extraño dialecto. Lo cierto es que a pesar de ciertos juicios que podrían surgir de estas declaraciones, la película hace un buen trabajo plasmando de manera bella parte de la cultura que emana de ese lado del continente asiático.
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